La verdad es que el PP da mucho juego para la sátira política, mucho juego. Sin hablar de Feijoo y Mazón, o de Juanma Moreno, Mañueco o Rafael Hernando por ejemplo...la figura que destaca es Isabel. Ahora, quiere escaparse de sus responsabilidades excusándose en el aborto.
Tanto Madrid como el resto de Comunidades (gobernadas por el PP o no), están sujetas al marco legal establecido. Pero ciñéndonos del aborto, ya no se puede pasar de largo y es demasiado evidente que el PP no está cumpliendo con la "Ley Orgánica 2/2010 de salud sexual y reproductiva y de interrupción voluntaria del embarazo", a pesar de que esta avalada legalmente y aceptada socialmente por la mayoría de la sociedad.
Estando así las cosas, todo lleva camino de convertirse en un cuento, que tendrá un final feliz. Isabel nos dice que el aborto es malo, que ella ha tenido dos (eso si, no deseados, por lo que no ha matado a nadie). Una pena, pero...
Todo comenzó con una frase proclamada en sede parlamentaria y gritada con convicción firme: “Váyanse a otro lado a abortar”.
La Comunidad de Madrid, a partir de entonces, se convirtió en un santuario de bebés nonatos, un parque temático de la vida desde la concepción. Los úteros madrileños eran territorio sagrado e inviolable, como la Casa de Campo o la sede de del PP en Génova. Las furgonetas con los lemas de "Hazte Oír" machacaban a la gente 24 horas, 7 días a la semana y todos los activistas ultracatólicos, estaban encantados.
Para poder aplicar lo que todo el PP madrileño aplaudió, se creó un cuerpo de élite: la “Patrulla Pro-Vida Autonómica” (PPLA). Sus miembros, armados con ecógrafos portátiles y folletos con fotos de fetos extrañamente sonrientes, custodiaban las fronteras de la comunidad y hacían guardia en las puertas de los hospitales, no sea que alguna desvergonzada quisiera pasarse de lista.
La situación se volvió kafkiana. Las farmacias vendían test de embarazo que, al dar positivo, emitían un pitido que alertaba a la Patrulla Pro-Vida. Las cigüeñas se habían convertido en el símbolo de la comunidad y fueron equipadas con microchips y cámaras para vigilar los tejados. Se rumoreaba que Isabel, en un arrebato de genialidad mercantil, estaba diseñando una línea de "Bonicos Madrileños", unos muñecos nonatos que lloraban y decían “LIBERTAD” si los intentabas devolver a la tienda.
Isabel tenía en su despacho una maqueta enorme de la capital y un día mientras paseaba y pensaba como organizar la vida de los madrileños, se encontró con un tremendo problema:
Su asesor más leal, MAR le llamaban los más cercanos, se acercó a ella y le susurró al oido:
- Isabel, es mi hija… está en estado de… espera familiar no planificada.
- Y quiere… usted ya sabe...
Isabel arqueó una ceja. “Váyanse a abortar a otro lado”, recitó, mecánicamente.
MAR le respondió:
- Es que no puede, no puede irse a otro lado. La Patrulla Pro Vida la tiene en su lista, la vigilan muy de cerca.
Isabel reflexionó. La pureza moral era un negocio excelente, pero la lealtad era el negocio supremo.
—Hay una solución —anunció, con una sonrisa pícara—. La Clínica Privada de la Doble Moral.
Esa misma noche, en un discreto edificio del barrio de Salamanca, la hija del asesor era recibida por una enfermera con bata de seda. La clínica, financiada por fondos opacos de algún paraíso fiscal y donde un tal Santiago tenía capital invertido, era lujosa y silenciosa. En la entrada, un cartel rezaba: “Aquí no se aborta; se reubican proyectos de vida de forma privada y eficiente”.
Mientras la joven era atendida con los mejores medios, Isabel daba un mitin frente a una pancarta que ponía “Madrid, Comunidad Libre y de Vida”.
—¡No como en esos sitios oscuros donde el estado decide sobre la vida de los no nacidos! —gritaba, mientras sus zapatos, curiosamente, tenían una mota de barro del jardín trasero de la clínica privada—. ¡Aquí defendemos la libertad! La libertad de nacer… y la libertad de ir a gastarse el dinero a otra parte si no les gusta.
Y así, Madrid se convirtió en un lugar de cuento. Un cuento donde las hadas madrinas eran abogados, pero cristianos y antiabortistas, eso si.
Las y los villanos eran las mujeres y hombres con problemas para sacar adelante a sus hijos, las mujeres violadas, las mujeres dueñas de sus úteros, etc, etc.
La moraleja, escrita con letras de oro en los despachos de los poderosos, era tan clara como hipócrita: “Váyanse a abortar a otro lado… a no ser que tengan un contacto, entonces pasen por la puerta de atrás.”
Pero un día, algo cambio de repente. En un acto de desconexión con la realidad, Isabel y su leal asesor prometieron ante la Virgen de la Almudena y al día siguiente delante de la Virgen de la Paloma, que iban a portarse bien y que siempre dirían la verdad, nunca más difundirían un bulo. Isabel pediría perdón al Fiscal General y al "Perro Sanchez", a los cual había vilipendiado sin motivo. Llevaría a su pareja a confesarse con el padre Angel y registrarían ante notario el compromiso de pagar los impuestos que religiosamente les tocasen. Reconocerían también que los fetos de pocas semanas no les importaban, lo que habían intentado era controlar a las mujeres, decidir por ellas y castigarlas si decidían abortar.
La visita a la Clínica de la Doble Moral, les cambió la vida.
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