En Madrid, una calle cualquiera y hace unos años, se alzaban, pared con pared, las sedes del PP y de Vox. Entre ambas había un muro compartido muy fino, muy parecido a lo que se llama "piel con piel".
Aquella mañana, Madrid amaneció con un bullicio especial: las hordas sanchistas, que habían sido convocadas por washapp, llegaban por todos los lados, con pancartas que decían:
¡España no se vende, ni se rompe!, ¡Emigrantes y amnistía si!, ¡Más vivienda, menos ferias!, ¡Quiron NO, sanidad pública SI!...
Con los sanchistas, se mezclaban varios miles de personas llegadas de otras Comunidades. Cientos de etarras, armados con pistolas de agua (las pistolas de verdad las habían abandonado en 2011); miles de putas, con tacones de 20 centímetros que agitaban abanicos multicolores (que les habían sobrado del Día del Orgullo), daban sombra a los maricones y a las personas TRANS, que ondeaban sus banderas multicolores; los independentistas catalanes se unieron a la fiesta tocando y bailando sardanas, mientras los gallegos, algo más discretos, repartían empanadas de zamburiñas.
La multitud, cada vez más animada, empezó a improvisar algunas consignas:
La muchedumbre rugía como un solo monstruo con mil gargantas y las consignas fueron subiendo poco a poco de tono:
En el interior del “muro compartido”, Abascal y Ayuso miraban por las persianas medio cerradas.
Pero la manifa alcanzó su punto álgido cuando aparecieron las "las cestas de fruta". La gente enfervorizada comenzó a gritar:
—¡Isabel, queremos más fruta! Qué rimaba con lo de Abascal.
Los obispos, que ya habían agotado el agua bendita, se pusieron a rezar mirando al cielo, pidiendo con fervor que las almas de “esos líderes descarriados” fueran directas al infierno, sin escala en purgatorio.
Mientras tanto, los independentistas catalanes y gallegos sacaron pistolas de fogueo, disparando al aire para dar ambiente de película barata de acción, los vascos aquí, se mantuvieron al margen. Los narcotraficantes se ofrecían a vender pólvora “más auténtica” y las putas comentaban que el show les estaba saliendo gratis, porque seguramente ya tendrían clientela entre los curiosos.
Y así comenzó la coalición más absurda de la historia reciente.
Y al fondo de la calle, detrás de los visillos de una tienda que vendía ropa religiosa y que tenía todo su género en saldo (no había ventas), una delegación de Abogados Cristianos tomaba buena nota de todo lo que estaba ocurriendo.




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